¿Quiénes somos? ¿Qué buscamos? Hablar de furiosos libros, de inquietantes poesías: hundirnos, si aún no lo estamos, en el misterioso mundo que es la literatura.
Pero también del vino, del rito de la copa nocturna que nos acompaña en el silencio de nuestras lecturas, junto a la magia de tal o cual autor; el líquido que nos invade, que supera aquél su viaje astral desde su origen vítreo a nuestro interior humano, que se funde con nuestras angustias, nuestros dolores y también con nuestra alegría de estar vivos. El vino que sacia nuestra sed de arte, de placer.
Para inaugurar nuestro espacio, decidimos compartir la siguiente poesía:
El alma del vino
Cantó una noche el alma del vino en las botellas:
«¡Hombre, elevo hacia ti, caro desesperado,
Desde mi vítrea cárcel y mis lacres bermejos,
Un cántico fraterno y colmado de luz!»
Se como es necesario desde el collado ardiente
penar y sudar bajo el sol escocedor.
para engendrar mi vida y darme el alma
pues yo no he de ser ingrato malhechor.
Y disfruto una dicha inmensa cuando caigo
en el garguero de alguien gastado por sus bregas
y su cuerpo caliente es una dulce tumba
que me complace más que mis frías bodegas.
Escucharás los cantos del domingo
Y gorjear la esperanza en mi seno violento
de codos en la mesa, alzándote las mangas
me glorificarás y quedarás contento.
Y yo he de encender los ojos a tu mujer dichosa
seré para ese frágil atleta de la vida
el aceite que pule brazos de luchadores.
Y he de brillar en ti vegetal ambrosía
precioso grano del terreno sembrador
porque de ti nazca la poesía
que subirá hacia Dios como una rara flor.
penar y sudar bajo el sol escocedor.
para engendrar mi vida y darme el alma
pues yo no he de ser ingrato malhechor.
Y disfruto una dicha inmensa cuando caigo
en el garguero de alguien gastado por sus bregas
y su cuerpo caliente es una dulce tumba
que me complace más que mis frías bodegas.
Escucharás los cantos del domingo
Y gorjear la esperanza en mi seno violento
de codos en la mesa, alzándote las mangas
me glorificarás y quedarás contento.
Y yo he de encender los ojos a tu mujer dichosa
seré para ese frágil atleta de la vida
el aceite que pule brazos de luchadores.
Y he de brillar en ti vegetal ambrosía
precioso grano del terreno sembrador
porque de ti nazca la poesía
que subirá hacia Dios como una rara flor.
De aquél Charles Baudelaire, Maldito Poeta.
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